viernes, 24 de marzo de 2017

El Morico.



Lo llamábamos así, tal vez por el color de su pelo, totalmente negro.  Vivió muchos años, siempre al servicio de su amo, el tío Anastasio y su familia. Y es que todos acudían  a él cuando lo necesitaban, sobre todo para ir al campo, pero también en otros momentos, como cuando, sujeto al carro de varas, había que ir a Sahagún a por bebidas para el bar, o a llevarnos a Gordaliza para coger el coche hacia León.  Por supuesto que, en el verano, también trillaba, solo o acompañado de otro animal. De niños nos gustaba llevarlo al bebedero, pues dábamos un paseo montados sobre su lomo. Era dócil y obediente y a nadie causó daño alguno.
El morico reemplazaba o desempeñaba un servicio parecido a la bicicleta, coche o moto, que no eran frecuentes entonces por aquellos lares. Eran anímales y no maquinaria lo que predominaba y que más se utilizaba en todo momento. Niños y mayores gozaban del paseo sobre él.  Y es que, además, era dócil y respetuoso con todos, fuesen conocidos o desconocidos.
Nadie se quejó nunca del morico, al que consideraban uno más de la familia, de Castro y Mencía. Vivió muchos años con todos, pero como a todos también le llegó el final.
Todos lo recordamos con afecto y cariño, como recordamos al tío Anastasio y a la tía Anselma y también al primo Pepe, que es el que aparece en la imagen, y  al quiero dedicar este recuerdo. Pepe fue tal vez quien más y mejor conocía al morico, y quien más lo quería, pues se sirvió de él en muchas más ocasiones…
Así lo vemos en esta fotografía, feliz y contento, tirando de la brida del caballo, que se mostraba siempre obediente y respetuoso con todos. Este era y así era el morico, el caballo del tío Anastasio.