viernes, 29 de octubre de 2010

Día de los Difuntos.

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Cementerio de Joarilla.
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Capa pluvial y casulla utilizadas por el sacerdote el Día de los Difuntos.
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Los ciriales y la cruz procesional de la iglesia de Joarilla.
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El incensario y la naveta.
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El calderillo con el hisopo.
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El día uno de noviembre la Iglesia Católica celebra la fiesta de Todos los Santos, aquellos que gozan ya de la gloria eterna. Y el día dos de este mismo mes es el día de los Difuntos, de todos aquellos que han fallecido y que están esperando conseguir también dicha gloria.
Antiguamente, en Joarilla, como en los demás pueblos, a este día, de los difuntos o de las ánimas, se le daba mucha importancia y se celebraba con varios actos y tradiciones difíciles de olvidar. Incluso existía la cofradía de La Ánimas que contribuía a que los diversos actos revistiesen más solemnidad.

La noche anterior las campanas tocaban a muerto, era un toque especial, que sólo algunas personas conocían. Su sonido causaba gran sensación en el silencio de la noche oscura.
Por la mañana el sacerdote, revestido con casulla, estola y manípulo de color negro, decía tres misas en latín, todas ellas por los difuntos. A la última, ya más solemne asistían todos los feligreses. El sacristán y algunos acompañantes desde el coro cantaban la misa de “Réquiem”, destacando algunos cánticos funerarios como el Dies irae, dies illa
En el centro de la iglesia se colocaba un túmulo cubierto con una tela negra en la que se podía ver la imagen de la calavera y los huesos, representativa de la muerte.
Una vez terminada la misa el sacerdote rezaba un responso por todos los difuntos de la parroquia. Se cantaba el Libera me Domine…o el Ne recorderis…, y no faltaban los Pater Noster…
En la iglesia, por entonces, había reclinatorios y estaba llena de hacheros con velas que se encendían durante la misa. El sacerdote pasaba por cada uno ellos para rezar un responso, previo pago de un donativo. Cada vecino con personas fallecidas tenía el suyo.
Por la tarde casi todo el pueblo se acercaba al cementerio. Visitaban y rezaban por sus muertos. También lo hacía el cura, que revestido de roquete y estola, y con el hisopo en la mano, rebaba un responso por todos los allí enterrados. Le acompañaban el sacristán y los monaguillos.
Después recorría cada una de las sepulturas para, previa entrega de un donativo, echar de nuevo un responso de moso particular. Y así se pasaba la tarde entre responso y responso y donativo más donativo.
La tarde caía, el sol desaparecía y se acercaba la oscuridad de la noche. Pero las campanas seguían tocando a muerto, la gente en el cementerio y el cura rezando y responseando. Y todo ello en un día en el que el negro predominaba sobre el blanco, la oscuridad sobre la luz, los muertos sobre los vivos y los “requiems” sobre los “glorias”.
Y es que en este día la Iglesia Católica celebra el Día de los Difuntos o de las Benditas Ánimas, aquellas que todavía no gozan de la resurrección y la gloria.
Eran otros tiempos y otras creencias, vivencias y tradiciones.

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