Es esta una de las
pocas fotografías, antiguas y que tienen que ver con la Semana Santa, que se
publican en el libro, Joarilla de las
Matas. Memoria de un siglo, que presentamos el verano pasado. Se trata de
Moisés González, el hijo de Serafín, al
que, con 7 u 8 años vistieron de nazareno (hábito morado y cinturón amarillo) y
además colocaron sobre su cabeza una corona de acacia (con espinas que se le
clavaban en la piel). El pelo procedía
de su prima Tere. Y lo hicieron para que participase en la procesión del
Viernes Santo del año 1953. La razón no era otra, según consta en el pie de la
foto y también en el libro, que “le
habían ofrecido, si se curaba del sarampión”.
La imagen se comenta
por sí sola, pero quiero detenerme en algunos detalles. Se trata de una época
pasada con formas de vida y costumbres muy distintas a las actuales. Por aquellos años todavía no existían las
vacunas contra enfermedades, algunas propias de niños y jóvenes, como el
sarampión, la varicela, las paperas, etc. Y solamente la permanente atención
médica, de D. Florencio en este caso, y los cuidados de los padres, podían
conseguir que se superasen dichas enfermedades. Seguramente que también muchas
personas rezaban y pedían a los santos, vírgenes o Cristo, su intercesión y
mediación para la curación de sus hijos.
Y como ocurre en este caso hubo hasta la promesa de, si el niño se
curaba, vestirle de nazareno y participar en la procesión del Viernes Santo,
acompañando al Cristo de la ermita.
Llegado el momento se
cumplió la promesa, a juzgar por la imagen, imagen a la que el protagonista, Moisés,
ya jubilado en la actualidad, ha comentado
añadiendo algunos detalles que no se le olvidarán nunca, como el picor
que le producían las espinas de la corona, al clavársele en la piel, picor que
tuvo que aguantar durante toda la procesión desde la iglesia hasta la ermita,
hasta el punto de querer quitársela por lo molesto que era. Pero había que cumplir con la promesa. Este era el
deseo de sus padres y también del agrado de la divinidad, en este caso Cristo.
Las molestias de la
corona, al clavársele los pinchos, fueron la causa de que su rostro estuviese
como triste y apenado. Y seguro que con ganas de concluir el recorrido. Pero lo
previsto es que se llegase hasta el final y, como he dicho antes, cumplir con lo prometido. Y es que algunas
de las tradiciones religiosas populares están llenas de fe y confianza en lo
divino, y más cuando lo remedios humanos son escasos, como ocurría por entonces,
cuando ni vacunas, ni otros medicamentos necesarios estaban en uso, o tal vez no
al alcance de todos.