Lo llamábamos así, tal
vez por el color de su pelo, totalmente negro.
Vivió muchos años, siempre al servicio de su amo, el tío Anastasio y su
familia. Y es que todos acudían a él
cuando lo necesitaban, sobre todo para ir al campo, pero también en otros
momentos, como cuando, sujeto al carro de varas, había que ir a Sahagún a por
bebidas para el bar, o a llevarnos a Gordaliza para coger el coche hacia
León. Por supuesto que, en el verano,
también trillaba, solo o acompañado de otro animal. De niños nos gustaba
llevarlo al bebedero, pues dábamos un paseo montados sobre su lomo. Era dócil y
obediente y a nadie causó daño alguno.
El morico reemplazaba o
desempeñaba un servicio parecido a la bicicleta, coche o moto, que no eran
frecuentes entonces por aquellos lares. Eran anímales y no maquinaria lo que
predominaba y que más se utilizaba en todo momento. Niños y mayores gozaban del
paseo sobre él. Y es que, además, era
dócil y respetuoso con todos, fuesen conocidos o desconocidos.
Nadie se quejó nunca
del morico, al que consideraban uno más de la familia, de Castro y Mencía.
Vivió muchos años con todos, pero como a todos también le llegó el final.
Todos lo recordamos con
afecto y cariño, como recordamos al tío Anastasio y a la tía Anselma y también
al primo Pepe, que es el que aparece en la imagen, y al quiero dedicar este recuerdo. Pepe fue tal vez quien más y mejor conocía al
morico, y quien más lo quería, pues se sirvió de él en muchas más ocasiones…
Así lo vemos en esta
fotografía, feliz y contento, tirando de la brida del caballo, que se mostraba
siempre obediente y respetuoso con todos. Este era y así era el morico, el
caballo del tío Anastasio.